Por el periodista Jesús Delgado Guerrero
A partir de la década de los años noventa comenzaron a surgir trabajos muy variados y en muy diversos tonos, respecto de la participación de los partidos políticos en la vida pública del país durante la mayor parte del siglo XX.
La presencia monopólica de una sola referencia durante tres cuartos de esa centuria había enviado casi al cesto del olvido a otras instituciones políticas. Los hombres que las impulsaron no corrieron con mejor suerte, a pesar de sus aportaciones y la intensa actividad que desplegaron en la búsqueda de un modelo democrático que permitiera el desarrollo de los ciudadanos y la sana convivencia, en orden y con respeto, así como la permanente modernización de las instituciones.
Por espacio de más 70 años en México no se supo de otra opción política que no fuera la que conformaron algunos hombres surgidos de la Revolución de 1910. Las pocas iniciativas que emergieron a la superficie de la actividad política en esos tiempos convulsos no lograron consolidarse o se perdieron una vez que las figuras que las promovieron fueron arrasadas en su aventura. El estigma fue siempre la égida en torno de caudillos desbocados que no buscaron otra cosa que tener acceso al poder, por el poder mismo.
Sin embargo, de todas las organizaciones políticas que fueron promovidas cuando las nubes de polvo provocadas por las pistolas no se habían despejado por completo, una permaneció, a veces zigzagueante, pero siempre en la línea inicial. El Partido Acción Nacional (PAN) no fue sigla de un día ni ocasión efímera para espolear ambiciones fugaces mediante organizaciones políticas igualmente temporaleras.
Su paso indica que no fue, ni ha sido, esfuerzo de hombres y de mujeres sólo en contiendas electorales, esos tiempos propicios fielmente aprovechados por el utilitarismo de afanes inmediatos.
Poco atendido o ignorado por la arrogancia del oficialismo, desde su fundación el PAN siempre ha estado presente en la vida pública y ha tenido propósitos claros, nutridos esencialmente por su perfil humanista y democrático.
En tiempos de particular confusión en los que los propósitos apenas son conocidos y en los que no pocas veces la ignorancia supina o la indiferencia los asume como realizaciones nebulosas (más cuando se ha cumplido parte del objetivo ya que la alternancia es apenas un ladrillo en el edificio democrático que se pretende construir), es necesaria una revisión de lo que ha sido este instituto político en el ámbito nacional y, especialmente, en el Estado de México, observando su actuación, su aportación, sus logros, sus propósitos, sus yerros y todo lo que han significado, para bien y para mal, en la vida pública.
Con mayor agudeza, a partir del 2 de julio del año 2000, cuando la hegemonía de más de 70 años del PRI se derrumbó, el PAN ha enfrentado dificultades para armonizar su pasado con su presente. Su pasado es, sin hipérbole, un patrimonio democrático señero, de escuela ciudadana y de acción cívica pacífica, de consolidación y perfeccionamiento constante de las instituciones, venero de valores con temple, con ideas y con ideales que apuestan a una mejor Nación. El presente lo enfrenta a un dilema: o se asume en el perfil ideológico, doctrinario, o se decide por el pragmatismo y la búsqueda del poder por el poder mismo.
Esta situación obedece a factores multicausales. En parte es entendible si se considera la prolongada permanencia del todavía insepulto “ancién regimé”, sostenido por las inercias y las notables resistencias de sus redes corporativas, empresariales y burocráticas que creó durante más de siete décadas. Sobresale también el natural crecimiento de la militancia del PAN, especialmente a partir de la conquista de espacios de poder público, entre muchas otras causas que se podrán advertir a lo largo de este trabajo.
El surgimiento del PAN “fue una idea sencilla, pero genial”, dijo Abel Vicencio Tovar, panista con profundas raíces en el Estado de México y uno de los más encumbrados en las esferas del partido y la política nacional. Lo fue porque surgió en tiempos difíciles para el país (en el septembrino mes patrio de 1939), en los cuales pensar en la institucionalización de la vida política era imposible.
Vicencio Tovar mencionó, en una de muchas colaboraciones que hizo como articulista en el diario Excélsior, que Acción Nacional se había convertido en una opción que “aún en las cifras amañadas del gobierno, aumenta constantemente su número de votos”.
No obstante, aclaró que lo más importante de la obra no era precisamente el incremento de votos, “sino la institucionalización y dignificación de la acción política convertida así en instrumento de todos los mexicanos”. Eso escribió a finales de la década de los años 70 quien fuera presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PAN durante los períodos 1978-1981 y 1981-1984, tiempos en los que todavía el partido era visto como un raro fenómeno por parte de la petulancia oficial.
El pensador Efraín González Luna, ideólogo primordial de Acción Nacional y uno de sus fundadores, se refirió así al PAN cuando emergió al escenario político: “hay un factor nuevo en nuestra vida pública, una joven fuerza política, limpia y libre que aspira nada menos que a la renovación de la existencia nacional, desde los cimientos hasta la cúspide (...) No es, claro está, el primer intento respetable de acción política en nuestro país; pero sí el único que con propósito y constitución específicamente políticos, con amplitud receptiva verdaderamente nacional, ha podido afirmarse orgánicamente desde el primer momento y establecer cuadros permanentes y activos en toda la República alrededor de un sistema doctrinal y programático que, conjugando los principios universales en que se formula la naturaleza del hombre personal y social con datos propios de la comunidad mexicana, da respuesta y abre caminos a todos sus requerimientos y reivindicaciones legítimos. Ha sido capaz también de despertar, en un número cada vez mayor de ciudadanos, la conciencia política, que parecía irremediablemente ahogada en el pantano de la abstención, e iniciar la generalización de una conducta política recta, desinteresada, perseverante. Ha iluminado y vivificado, como meta inmediata y esencial de todo movimiento cívico, la autenticidad de la representación política, clave necesaria para la transformación del Estado”.
Esa fue la concepción de personajes respetados, surgidos de las entrañas panistas. Desde el “exterior”, Daniel Cosío Villegas, uno de los más lúcidos intelectuales mexicanos del siglo XX, con todo y el antipanismo que lo caracterizó, en su ensayo “La Crisis de México”, publicado por primera vez en el 6 de marzo de 1947 en Cuadernos Americanos y reproducido después por los diarios Excélsior y El Universal, expresó abiertamente:
“Un mérito indudable tienen los hombres de Acción Nacional, y Gómez Morin, desde luego, antes que ninguno de ellos: fueron los primeros en sacudir la apatía política tan característica del mexicano; fueron los primeros en preocuparse como grupo de algunos problemas del país y en proponer a éstos soluciones distintas de las fórmulas oficiales; en fin, han sacrificado una parte de su bienestar (parte grande o pequeña) en la oposición al gobierno...”.
Años más tarde, en su ensayo “El Intelectual mexicano y la política”, Cosío Villegas concedió: “Desde luego, el peso del gobierno mexicano en la vida nacional toda es enorme, porque apenas hay en México sectores independientes de actividad o siquiera alejados de él. En esas condiciones cualquier movimiento público se topa de inmediato con ese gigante de fuerza desmedida. Puede entonces, hacerse alguna política dentro y a favor del gobierno, pero hacerla frente a él, o en oposición suya, equivaldría e emprender un esfuerzo estéril, tan remota así es la posibilidad de alcanzar el poder, no ya a despecho del gobierno, pero ni siquiera a su lado. Lógicamente, el intelectual mexicano, ni ningún ser racional, desea hacerla de mártir o de predicador en el desierto.
La única excepción que registra la historia reciente del país –continúa Daniel Cosío- es la de Manuel Gómez Morin, iniciador y sostén durante diez largos años del Partido Acción Nacional. Es notable porque ofrece a los intelectuales mexicanos una sustancia digna de la más seria reflexión. Demuestra sin lugar a duda que un interés apasionado y un esfuerzo tesonero pueden dar nacimiento a un partido político, si no opuesto de frente al gobierno, al menos alejado de él”.
En otro extremo, personajes también de izquierda como Vicente Lombardo Toledano buscaron descalificar desde el principio el contenido social y humanista de la filosofía del PAN, hasta que Manuel Gómez Morin, casi nueve años después de un bombardeo intenso, respondió con firmeza y con argumentos a su antiguo compañero de banca universitaria.
La historia fue como sigue y la recogió Luis Calderón Vega: a propósito de la VI Convención Nacional, celebrada en Coahuila del 5 al 8 de febrero de 1948, donde el tema fue “La Cuestión social”, Lombardo Toledano, cofundador del Partido Popular (llamado posteriormente “Socialista”) y de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), se refirió al evento panista y escribió un artículo encabezado “Contribución de Acción Nacional al Centenario del Manifiesto Comunista”, atribuyéndole una orientación marxista.
Como había hecho en otras ocasiones, Lombardo Toledano anunciaba también en su colaboración “el entierro definitivo” del PAN en las siguientes elecciones, además de afirmar que “Acción Nacional nació en vista de la guerra, con el propósito de ayudar al eje nazi-fascista y la esperanza de ver triunfar sobre el mundo la doctrina antidemocrática y reaccionaria al servicio de la plutocracia alemana para volver a establecer el régimen medieval del sacro imperio germano.
Los “cargos” fueron rechazados por Manuel Gómez Morin, quien dijo a su ex camarada universitario: Un compañero tuve yo que, desde la escuela, sabía las palabras del Evangelio y del apóstol, sobre la justicia social. Las conclusiones de la reciente convención del PAN –las que usted cita y las que se cuidó de no citar-, fueron dichas ya desde la fundación del partido y publicadas en millares de ejemplares de los documentos oficiales de éste desde 1939, y expresan una tesis que, por supuesto, no tienen la corta y escasa raíz que viene del marxismo, sino de otra que es incomparablemente más robusta y venerable. Y respecto a esa tesis, Vicente –usted lo sabe- hay olvidos y desfallecimientos y deserciones; pero no puede haber virajes como abunda tanto en ese marxismo político de sus conexiones expredilectas”.
En cuanto al presunto respaldo del eje nazi-fascista, Gómez Morin reviró a Lombardo Toledano, diciéndole que “lo del régimen medieval del sacro imperio germánico, le gusta, es inocuo y suena bien; pero eso de que Acción Nacional nació para ayudar al eje (...) perdió ya oportunidad. La tuvo cuando, después de la ruptura de la alianza ruso-alemana, usted usaba esa afirmación para gestionar el entierro definitivo del PAN, denunciándolo como enemigo de sus nuevos patrones internacionales. Ahora, Vicente, eso no tiene caso ya, aunque usted se lo creyera”.
La disputa ideológica entre Gómez Morin y Lombardo Toledano fue descrita así por Enrique Krauze, en su obra “Caudillos Culturales en la Revolución Mexicana”, y destaca además los anhelos de cada uno:
“Lombardo quería hacer hombres buenos. Gómez Morin hombres útiles. Uno quería educar educadores, educar para educar; el otro educar hacedores, educar para el hacer. Lombardo hurgaba en los Evangelios, Gómez Morin revisaba los detalles del sistema Torrens para hipoteca de ganado. Uno cautivaba a sus alumnos con un halo de misticismo, el otro con su entusiasmo. Uno, director de la Preparatoria, quería continuar y mejorar el legado de Gabino Barreda y Justo Sierra preparando el espíritu de los hombres; el otro pretendía ensanchar la profesión de abogado, para abrir nuevas perspectivas de servicio a la comunidad.
Uno predicada a sus alumnos que había que dedicar los mejores esfuerzos y entusiasmos a la causa de muchos millones de pobres analfabetos en el país; el otro, sin pronunciar la palabra pobreza, proponía medios que juzgaba posibles para convertirla en abundancia. Uno tenía una desconfianza absoluta, definitiva, en la posibilidad y la rectitud del hombre individual para intentar una obra de beneficio común; el otro cifraba su fe en el trabajo privado del individuo. Lombardo aspiraba a un orden futuro; Gómez Morin concebía el futuro al alcance de la técnica presente. Uno desconfiaba del hombre y por tanto pensaba en educarlo; el otro veía en el hombre la energía de la buena fe para intentar todas las obras. Uno pensaba en una sociedad requerida de redención; el otro en una necesitada ingeniería y terapéutica social. Uno no podía prescindir de un público; el otro no lo buscaba. Uno hablaba de la simpatía, el amor y la solidaridad humana; el otro contaba con todo ello y pensaba en los procedimientos para acrecentarlos. El que había estudiado en una escuela Laica predicaba los Evangelios; quien lo había hecho en un colegio confesional era portavoz de una cruzada laica. Uno hablaba de caminos, puentes, bancos, higiene, organización doméstica, cuidado de animales, aprovechamiento de artículos de consumo, administración municipal: vida material concreta; otro habla del pueblo, del esclarecimiento, la justificación, la claridad, los anhelos, la pureza, la bondad: espíritu y abstracción”. (...)
Las rutas de Gómez Morin y Lombardo, unidas por un momento en el impulso de hacer un México nuevo, divergirán cada vez más hasta oponerse frontalmente”.
Krauze cita a Lombardo respecto de Gómez Morin: “Temperamentalmente, Manuel y yo éramos los más afines”.
A pesar de ello, es necesario mencionar los afanes de estas voluntades antagónicas por una razón: si el PAN debe su presencia y consistencia a lo largo de muchos años a Manuel Gómez Morin, también debe a Lombardo Toledano una buena parte, la mayor sin duda, en cuanto a la deformación que se quiso hacer de la institución.
Así, las raíces de Acción Nacional constituyen esa parte que debe profundizarse ya que, finalmente, como establece el aserto del politólogo francés Maurice Duverger, del mismo modo que los hombres conservan durante su vida la huella de su infancia, los partidos políticos sufren profundamente la influencia de sus orígenes.